
Cuando hablamos de lenguaje inclusivo, muchas personas piensan automáticamente en la famosa “e” o en el uso de “todes”. Y sí, es una de las estrategias más llamativas (y polémicas), pero el lenguaje incluyente va mucho más allá. Se trata de un cambio de paradigma, es una forma de poner en evidencia que lo masculino no es, ni debe ser, la medida de todo, y así no perpetuar sesgos de género.
¿Cómo funciona el lenguaje inclusivo?
Lo primero que hay que entender es que el lenguaje incluyente no tiene reglas fijas. No hay una academia que dicte cómo usarlo ni un manual universal que establezca sus normas. Es un fenómeno vivo, en evolución y, por eso mismo, caótico. Algunas estrategias han surgido naturalmente entre los hablantes para hacer visible la presencia de las mujeres y de identidades no binarias en el discurso y estas son algunas estructuras:
Dobletes: Se trata de decir “las y los estudiantes”, “las y los ciudadanos” en lugar de solo “los estudiantes” o “los ciudadanos”.
Femenino genérico: Si en un contexto la mayoría son mujeres, usar “todas” en lugar de “todos”.
Expresiones neutras: En lugar de “los ingenieros”, decir “el equipo de ingeniería” o “el personal de ingeniería”.
Eliminación de expresiones sexistas: Adiós a frases como “llorar como niña” o “hombres de negocios” porque refuerzan estereotipos de género.
Pero, ¿realmente importa?
Sí, y mucho. No se trata solo de una cuestión de “moda” o de ser políticamente correcto. El lenguaje tiene un impacto real en la manera en que pensamos el mundo. Durante siglos, la norma ha sido usar el masculino como genérico: “los ciudadanos”, “los trabajadores”, “el hombre” como sinónimo de humanidad. El problema es que esto invisibiliza a las mujeres y refuerza la idea de que lo masculino es lo estándar y lo femenino es la excepción.
ONU Mujeres lo plantea claramente en su Guía para el uso de un lenguaje inclusivo en cuanto al género: la manera en que hablamos refleja y moldea la forma en que concebimos la igualdad. Si el lenguaje excluye sistemáticamente a las mujeres, es más fácil que en la práctica también sean excluidas de oportunidades, espacios de poder y representaciones simbólicas.
¿Y ahora qué?
No hay una única forma correcta de aplicar el lenguaje inclusivo. No hay que forzarlo, ni sentir que todo se tiene que cambiar de golpe. Se trata más bien de una actitud consciente: cuestionar activamente cómo usamos el idioma y hacer pequeños cambios según el contexto. Si puedes usar palabras neutras sin que el mensaje pierda claridad, hazlo. Si puedes visibilizar a las mujeres con dobles formas o con el femenino genérico, adelante. Lo importante es empezar a notar esos sesgos y decidir si queremos seguir perpetuándolos o cambiarlos.
Porque sí, el lenguaje evoluciona. Y si cambia para reflejar mejor la diversidad del mundo en el que vivimos, bienvenido sea.
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