En un mundo con más de 170 conflictos armados registrados en 2023, los impactos no solo se limitan a pérdidas humanas y desplazamientos masivos —120 millones de personas forzadas a dejar sus hogares el mismo año—, también alcanzan al medio ambiente de formas devastadoras. Los conflictos armados destruyen ecosistemas, contaminan suelos, agua y agotan recursos naturales, generando un daño a largo plazo que compromete la sostenibilidad del planeta.
La guerra y la devastación ambiental
La guerra altera el delicado equilibrio de la naturaleza de muchas maneras. Los daños ambientales tienen consecuencias devastadoras para los recursos naturales, los ecosistemas críticos y la salud, los medios de vida y la seguridad de las personas. Cuando se talan los bosques con fines militares o de crimen organizado, las tierras fértiles y los recursos hídricos vitales se contaminan o desaparecen.
El impacto ambiental de la guerra es un problema tan complejo y urgente que exige atención mundial, por lo que se decretó el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados el 6 de noviembre.
Por ejemplo; los militares suelen despejar la vegetación o alterar de algún modo los ecosistemas para quitarles la cobertura a los combatientes enemigos o hacer que las zonas sean inhabitables y obligar a las poblaciones locales a marcharse, con graves consecuencias para la naturaleza. Las comunidades locales denunciaron el uso de esas tácticas durante la guerra civil de Sudán y en Irak, donde se secaron los humedales.
De acuerdo con cifras de la ONU, en Ucrania, por ejemplo, se estima que limpiar las minas terrestres y las municiones sin detonar costará cerca de US$34.600 millones, mientras que las áreas agrícolas y acuíferos permanecen contaminados. La guerra de Vietnam dejó una herida duradera: más del 50% de los manglares del país fueron destruidos por el uso de defoliantes como el Agente Naranja, afectando el hábitat de especies vulnerables y eliminando recursos naturales esenciales para la población.
Por otro lado, el Departamento de Defensa de EE UU, el mayor consumidor institucional de petróleo en el mundo, fue responsable de 59 millones de toneladas de CO2 en 2017, superando las emisiones anuales de países como Suiza o Suecia. La guerra de Irak, entre 2003 y 2007, generó 141 millones de toneladas de CO2, equivalente a las emisiones de 25 millones de automóviles en un año.
El audiovisual como denuncia y reflexión
En Latinoamérica, las producciones audiovisuales han emergido como un vehículo para visibilizar el impacto ambiental de los conflictos sociales y armados, si bien no hay guerras “declaradas” los conflictos provenientes del crimen organizado en la región está impactando ya profundamente en la sosteniblidad del medio ambiente y la sociedad.
Documentales como Somos guardianes (2024), disponible en Netflix, muestran la resistencia de los guardianes indígenas Guajajara y Tembé frente a la tala ilegal en la selva amazónica. Más allá de exponer la deforestación, el documental aborda las tensiones entre las comunidades indígenas y quienes dependen de estas actividades para sobrevivir.
En el ámbito de la ficción, Sembrando vida (2024), una serie colombiana dirigida por Juan Carlos Torres, relata cómo un grupo de activistas enfrenta a una corporación que amenaza los recursos de una comunidad vulnerable. La serie ilustra cómo las luchas ambientales pueden unir a las comunidades en causas comunes, pese a los obstáculos y conflictos internos.
Minería y salmoneras en el radar audiovisual
Otros contenidos audiovisuales abordan conflictos relacionados con la explotación de recursos. Nuestro país robado (2022), un documental ecuatoriano, denuncia el impacto de la minería china en territorios indígenas, destacando la corrupción y la pérdida de biodiversidad.
Producciones como estas no solo retratan la problemática, sino que actúan como herramientas educativas y de movilización, motivando a la audiencia a cuestionar los modelos de desarrollo y a exigir sostenibilidad.
Documentales sobre ambientalistas y problemáticas internacionales
Este 2024, Netflix lanzó el documental: El Guardián de las Monarcas, que se sumerge en las amenazas que enfrentan los santuarios de la mariposa monarca en México, un emblema cultural y ambiental cuya supervivencia está en juego. A través de la narrativa del ambientalista Homero Gómez González, conocido como “El Guardián” por su incansable defensa del Santuario de la Mariposa Monarca en Michoacán, la cinta expone los efectos devastadores del crimen organizado, la tala clandestina y el cultivo desmedido de aguacate en los bosques de oyamel que albergan a esta especie durante el invierno.
En 2020, Homero Gómez fue hallado sin vida en circunstancias aún no esclarecidas. A cuatro años de su asesinato, este documental reúne testimonios de familiares, amigos, autoridades y expertos, quienes abordan las amenazas que enfrentó Homero y los peligros que persisten para las monarcas. Según Emiliano Ruprah De Fina, quien lo conoció en vida mientras investigaba la ruta migratoria de las mariposas: “Me pareció un personaje grande, noble, importante y carismático, quien dedicó su vida a proteger los ecosistemas de la mariposa monarca”.
Un fenómeno único y en peligro
Cada año, las mariposas monarca recorren más de 5,000 kilómetros desde Canadá hasta los bosques de pino oyamel en México, donde permanecen de noviembre a marzo antes de regresar al norte. Estos bosques, protegidos desde 1986 y declarados patrimonio de la humanidad, representan el último refugio de la especie. Estudios científicos han revelado que las monarcas usan una brújula solar interna para orientarse durante su travesía.
Sin embargo, la degradación de su hábitat y la violencia en la región amenazan con romper este delicado equilibrio. En palabras de los creadores del documental: “El caso de Homero Gómez simboliza la lucha por proteger a las monarcas, enfrentándose a redes de intereses privados y criminales que ven en los bosques un recurso explotable.”
Hacia un cambio narrativo y real
Mientras los conflictos armados continúan siendo una realidad, el audiovisual latinoamericano está cumpliendo una función crítica: amplificar las voces de las comunidades afectadas y denunciar la explotación de la naturaleza. Esta labor no solo busca sensibilizar, también contribuir a un cambio cultural que valore la sostenibilidad y promueva soluciones frente a los estragos ambientales de los conflictos.