
En una época marcada por fenómenos extremos, crisis ambientales y ansiedad generacional, sorprende lo poco que el cambio climático aparece en las historias que consumimos a diario. Aunque ya forma parte inseparable de la vida moderna, en la mayoría de las películas y series el calentamiento global brilla por su ausencia. Para visibilizar esta omisión, la organización sin fines de lucro Good Energy ha lanzado el Climate Reality Check: un test climático para ficciones que, inspirado en el célebre test de Bechdel, busca medir si una obra reconoce al menos que el cambio climático existe, y si algún personaje es consciente de ello.
Para pasar esta prueba, Good Energy dice que una historia debe demostrar dos cosas: “el cambio climático existe” y “un personaje lo sabe”.
El cambio climático existe: puedes medir si la crisis climática está presente en el mundo de la historia a través de sus impactos y soluciones. Tal vez se muestra una ola de calor sin precedentes, una noticia sobre el aumento del nivel del mar o incluso un graffiti con referencias al cambio climático.
Un personaje lo sabe: la conciencia de un personaje puede expresarse mediante el diálogo, la narración, sus acciones o incluso con imágenes. Puede tratarse de una conversación sobre fenómenos extremos, un personaje que lee un artículo sobre el tema o una línea de diálogo que contextualice el estado del planeta.
Puede parecer algo sin importancia, sin embargo, como mostró el estudio que acompañó el lanzamiento del test, solo 3 de las 13 películas nominadas al Óscar 2024 que estaban ambientadas en el presente o el futuro cercano pasaron la prueba. El resto representó un mundo donde la crisis climática no es parte de la realidad. Para una herramienta que apenas exige dos indicadores, los resultados son preocupantes.
Las historias que contamos (y las que no)
Las ficciones no son meros espejos de la realidad: también la modelan. Tal como advirtió el teórico de la comunicación George Gerbner, cuanto más tiempo pasamos frente a las pantallas, más tendemos a creer que el mundo es como se nos muestra en ellas. Si las catástrofes climáticas se presentan como eventos aislados o ni siquiera se nombran, la audiencia podría normalizar esa desconexión. Y si las soluciones no se plantean, tampoco se imaginan.
“El público quiere historias que los reflejen a ellos y su realidad, pero informan que no ven personajes que compartan su nivel de preocupación por el cambio climático”, señala el informe de Good Energy, que analizó además 250 películas populares: solo el 9,6% aprobó el test.
Esta omisión sistemática no es neutra. Para Good Energy, el silenciamiento de la crisis ambiental en la narrativa popular puede ser tan efectivo como una campaña de desinformación. Y no es descabellado pensarlo: durante décadas, la industria de los combustibles fósiles ha invertido millones de dólares en influir sobre la cultura y sembrar escepticismo climático.
América Latina: una conversación pendiente
Mientras Hollywood empieza a cuestionarse su responsabilidad narrativa, en América Latina la discusión aún no ha comenzado. A pesar de que la región sufre impactos climáticos devastadores —desde sequías e incendios en la Amazonía hasta desplazamientos por eventos extremos—, los guionistas y productores rara vez integran el tema climático en sus relatos.
La ausencia de herramientas como el Climate Reality Check en el ecosistema audiovisual latinoamericano refleja una desconexión preocupante entre las ficciones y la realidad. Incluir el cambio climático no significa convertir cada historia en un panfleto ambiental. Significa, simplemente, reconocer que vivimos en un mundo en transformación, y que esa transformación atraviesa todas las capas de nuestra vida: desde el transporte y la alimentación hasta la forma en que nos enamoramos, migramos o trabajamos.
Test climáticos: herramientas para imaginar futuros posibles
Los test como el Climate Reality Check son apenas un punto de partida. Funcionan como un espejo que obliga a la industria audiovisual a preguntarse: ¿Qué historias estamos contando? ¿Qué futuros estamos normalizando? ¿Qué miedos —y qué esperanzas— se proyectan en las pantallas?
Si una película ambientada en la actualidad ignora por completo la crisis climática, entonces esa ficción no está hablando del mundo real. Está generando una disonancia que empobrece el debate social y cultural sobre uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo.
En tiempos de policrisis —social, climática, emocional— necesitamos nuevas narrativas que abracen la complejidad del presente sin renunciar a la posibilidad de cambio. El test climático no es un fin, es una invitación: a mirar con otros ojos, a escribir con otras palabras, a imaginar con más conciencia. Porque el cambio climático existe. Y ya es hora de que nuestras historias lo sepan.
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